Cada plato en el María cuenta una historia, y estas almejas evocan la de una cocina de antaño / l.o.
Hay lugares que son más que simples restaurantes. Son una extensión de nuestra vida cotidiana. Refugios donde el tiempo parece detenerse y donde cada visita es un regreso a casa. En Málaga, uno de esos lugares imprescindibles es el María. En Pintor Sorolla, a vista de todos pero sin oropeles visuales y con una clientela fiel y entregada, este clásico de la gastronomía malagueña no necesita de grandes campañas publicitarias ni de las tendencias efímeras que inundan la cocina contemporánea para sobrevivir. Su éxito radica en lo que siempre ha sido: un templo de la cocina española más auténtica, donde la calidad del producto y el respeto a la tradición son las únicas estrellas de la carta.
Lo primero que uno percibe al entrar en el Restaurante María es la tranquilidad. Aquí no hay prisas ni pretensiones, y los comensales, rostros familiares o desconocidos, comparten el mismo sentimiento: estar en el comedor de Málaga. Su atmósfera es la de una extensión más de tu hogar, un lugar donde siempre te sientes bienvenido, donde las cosas simplemente funcionan y los errores no tienen cabida. Un espacio de calidez, con una buena mantelería, la cristalería adecuada y robustos asientos que son señas inequívocas de que se encuentra en un lugar donde las cosas siempre irán bien.
ValentíaLa carta, inmutable como el monte Gibralfaro, es un manifiesto de valentía en un mundo gastronómico obsesionado con la innovación. No hay trucos ni artificios, solo la seguridad de trabajar con el mejor producto. En el María, lo clásico no solo persiste, sino que brilla con una intensidad que pocos pueden igualar. Y es que, acostumbrados a la quinta gama, los tartares con soja y el pan cristal, lo del María es precisamente la gran revolución basada en lo que fuimos gastronómicamente y nunca debimos dejar pasar.
Para servidor, en su altar gastronómico, se encuentran entre otras cuestiones sus almejas con espinacas. Sencillas, sutiles, con sabores tan arraigados en la tradición que resultan una rareza en un panorama saturado de aguacate y atún y otras modas culinarias globalizadas. Cada plato en el María cuenta una historia, y estas almejas evocan la de una cocina de antaño, donde los sabores se tejían con paciencia y cariño. O lo que es lo mismo, te trasladan incluso a sabores de tu infancia en el hogar pero elaborado por profesionales. Otro mundo. Otro universo siempre necesario. Su pimiento del piquillo relleno de bacalao es otro de esos monumentos culinarios que recuerdan a la cocina de casa. Con cada bocado, uno se transporta a esa cocina pluscuamperfecta que convierte lo sencillo en arte, asumiendo siempre que las cosas no solamente necesitan cariño sino productos de calidad.
ArrocesFamoso por sus arroces, cada domingo recibe en puerta a decenas de parroquianos, paella en ristre, para llevar a casa sus arroces. Aunque, a mi parecer, el María es mucho más que eso. Aunque sus paellas y arroces caldosos merecen todos los elogios, sería un error pasar por alto sus carnes y pescados. El solomillo a la pimienta, ese clásico que parece relegado al olvido en las cartas actuales, encuentra aquí su máxima expresión. Lo mismo ocurre con el bacalao con tomate, un plato que parece salido de las páginas de un recetario familiar y que ofrece resulta ser la autenticidad misma de nuestra cocina. La gente ya no reboza. No elabora a la romana. No fríe. Quien sabe si todas estas cosas influyen en el que la gente sea cada día más tonta y es que claro; si has cambiado comer calamares en su tinta por una de ensalada de quinoa y un té matcha… igual ahora se entienden mejor las cosas malas que nos pasan.
En una época en la que la cocina se llena de espumas, emulsiones y presentaciones absurdas, el María apuesta por la esencia. Por unos platos que son un homenaje a lo genuino, a esa cocina española que ha sabido resistir las modas y mantenerse fiel a sus raíces.
Se guisaY es que, en el panorama gastronómico actual dominado por la quinta gama y los hornos de alta velocidad, encontrar un restaurante que ofrezca un buen Queso o un Jamón bien cortado que no venga de un plástico sea una rareza. En el Restaurante María, esos detalles no solo se cuidan, sino que se celebran. Aquí no se calienta, se guisa. No se descongela, se cocina. Es esa diferencia, casi imperceptible para algunos, la que marca la excelencia y convierte al María en un símbolo de resistencia frente a las tendencias.
En esta casa se sigue apostando por el foie casero de toda la vida o por unas Lentejas guisadas con costilla, un contraste tan marcado como el día y la noche en un mundo de borregos y ahorro de costes de producción. En su fidelidad a la tradición radica su éxito, y en su valentía por ir a contracorriente encuentra su razón de ser.
El Restaurante María es un baluarte de la cultura gastronómica malagueña. En un mundo que cambia a velocidad vertiginosa, lugares como este nos recuerdan la importancia de lo auténtico, de lo que perdura.
Gracias a ellos, nuestra ciudad mantiene viva una cocina que tiene tanto de tradición como de excelencia. Por ello, merece no solo ser visitado, sino celebrado. Porque en su resistencia a las modas y en su dedicación a lo mejor de la cocina española, en ese rincón en la antesala del mar, nos regalan algo que va más allá de la gastronomía: devolvernos a nosotros mismos. Y en cada visita, lo único seguro, es que saldremos repitiendo sin cesar que el María siempre es bien.
Viva Málaga.