Se rumorea que cuando adolf hitler (con minúsculas y sin negritas) supo que María Anna Schicklgruber, su abuela paterna, podría haber engendrado a su padre, Alois Hitler, con el semen de un judío, decidió aplicarle la solución final. Pero no en el sentido nazi del término, entre otras razones porque su abuela ya estaba muerta y cristianamente sepultada, sino que decidió solucionarlo del todo: bombardeando el pueblo donde vivió. Pero antes propuso que se deshabitara. No porque le importase demasiado la historia de sus antepasados, mucho menos los lugares que contenían el recuerdo de la infancia de su padre, sino porque alguien cercano a él le susurró tímidamente: «Mind fuhrer, antes de bombardear la aldea, quizás sería mejor evacuar a esos compatriotas».
Así mismo, se rumorea que joseph goebbels (también con minúsculas y sin negritas), capaz de envolver mentiras con papel de regalo, se encargó de trazar un taimado plan para desperdigar a los vecinos de la fallecida abuela con el objetivo de que olvidaran cuanto antes los rumores y las genealogías.
La política siempre encuentra limpias razones en el basurero. Parece ser que Döllersheim era el lugar propicio para ubicar un campo de entrenamiento militar por su ubicación remota, por la gran extensión de terreno, por su naturaleza rural… Los 900 habitantes del pueblo, convencidos por el miedo, comenzaron a desalojar sus casas meses después de que aquel 15 de mayo de 1938 recibieran una notificación firmada por Konrad von Gobler, un General alemán a quien nadie había visto por allí, que comandaba un ejército que decía ser su aliado. Creyeron dejar a sus fallecidos bien custodiados bajo tierra, entre los que se encontraba la controvertida abuela, y cargaron con todo un hatillo de argumentos colgando de aquella carta, para emprender un viaje hacia ninguna parte, aunque eso aún no lo sabían. El destino y sus nuevos aliados les reservaban una guerra mundial a la vuelta del almanaque.
De este modo, Döllersheim, el pacífico pueblo de paisaje idílico, dedicado al cultivo del trigo y la cebada, de la patata y el centeno, situado en medio de bosques de robles y hayas, donde las escasas riñas se resolvían junto al grasiento mostrador de la cantina, se convirtió en campo de adiestramiento para las recién creadas tropas de asalto del tercer reich (disculpen, me resisto a escribirlo con mayúsculas). La maquinaria nazi enterraba de esta forma y por segunda vez a María Anna Schicklgruber. En esa época, ya sólo la recordaba una discreta lápida en mármol, disimulada junto a las de decenas de vecinos que yacían en el cementerio de Döllersheim. No se demoraron demasiado. Durante las primeras semanas, las juventudes hitlerianas se esforzaron en agujerear la aldea austriaca pergeñando con ello una siniestra metáfora de lo que su líder iba a hacer con el pueblo alemán y austriaco en pocos años.
Hoy se puede visitar lo que queda de aquel paraje. La naturaleza ha vuelto a colorear de vida salvaje sus alrededores y los interiores de las casas abandonadas. La iglesia de San Pedro y San Pablo se conserva prácticamente intacta por esa peculiar hipocresía clerical de los gobiernos bélicos. A la entrada de la iglesia se puede admirar una placa conmemorativa homenaje a los caídos en la I Guerra Mundial. Los de la segunda ni siquiera vivieron para elevar monumentos.
De la tumba de María Anna nada se sabe. Solo sobreviven discretas escaramuzas de algunos curiosos que se han enfangado en el pasado, pero sin obtener resultados significativos ni evidencia alguna. Algunos historiadores sostienen que Döllersheim fue seleccionada como campo de entrenamiento por la escasa productividad de sus tierras y por su extraordinaria localización; otros, sin embargo, insisten en la teoría de la abuela incómoda.
Este capítulo no va envuelto en papel de regalo para hacerle justicia a María Anna. Su huella desapareció, al igual que el judío que la dejó preñada. A pesar de ello, su nombre está escrito con mayúsculas en la historia de esta ciudad abandonada. Y es así, porque vale más la memoria de un inocente que la de cien mil de sus verdugos.