En un momento especialmente intenso de ‘Gypsy’, Louise le asegura a su madre, Rose, una artista frustrada que vio en sus descendientes la posibilidad real del éxito que la había driblado: «Madre, podrías haber sido alguien». Y la madre le responde: «Si hubiera podido serlo realmente, lo habría sido. Así es el show business». Ahí reside el leit motiv del musical de Jule Styne y Stephen Sondheim, uno de los clásicos incontestables de Broadway y que ahora Antonio Banderas rescata como la quinta producción de su Teatro del Soho-CaixaBank. Un espectáculo vibrante, intenso, de muchos tonos y colores, que nos lleva a reflexionar sobre esa necesidad de triunfar, de recibir el aplauso de los demás para sentirnos plenos, y que, de paso, nos conduce a las bambalinas del mundo del espectáculo (aquí, del mundo del vodevil en los EEUU de los años 20 del siglo pasado a su decadencia frente al auge del burlesque) y esa especie de darwinismo que determina quienes serán las estrellas y quiénes regresarán a su casa con la cabeza gacha.
¿Cuántas veces le habrán preguntado a Antonio Banderas por el éxito, por el secreto para alcanzarlo, el sacrificio y el trabajo que comporta, por cómo le ha podido trastocar personalmente? «El fracaso no es lo opuesto al éxito; de hecho, es una parte del éxito». Son palabras del malagueño, que le habrían servido de bastante a esta Rose, el prototipo canónico de madre del artista (no seamos machistas, que también ha habido padres del artista, como ,el progenitor de los Jackson o el de Beyoncé); una mujer torrencial y avasalladora que necesita el triunfo de sus hijas para resarcirse de sus derrotas personales. A eso lo llama Banderas «la patología del triunfo», que no sólo se da en quienes aspiran a habitar los escenarios de medio mundo cantando o bailando (a través de esos innumerables talent shows que engañan haciéndonos creer que el éxito es algo democrático); también en los que se graban en TikTokconfiando en que lleguen centenares de miles de likes.
Nada de alegatosEn realidad, por lo que han leído en estas líneas, no crean que ‘Gypsy’ es un alegato o un manifiesto. Resulta bastante más ambiguo y debatible (estando Sondheim de por medio…), también menos sentencioso y más empático con sus personajes, hasta con los que, como su protagonista, Rose, caen en comportamientos cuestionables movida por su obsesión. El libreto, subrayado por Banderas, le concede su deseo a la protagonista cuando ésta se encuentra ya sumida en pleno delirio y también el perdón de su víctima.
LibertadSi acuden hoy a la función del estreno de ‘Gypsy’ y no escuchan el diálogo con el que comencé este texto, no crean que no han estado atentos (o que yo me lo he inventado). En su versión, Antonio Banderas lo ha eliminado. Es un ejemplo de la libertad con que ha abordado esta pieza totémica de Broadway, marca registrada de su Teatro del Soho-CaixaBank que, cuando los contratos de derechos lo permiten (que ya sabemos que hay muchas obras que hay que replicar al milímetro), persigue una relectura propia, diferente. Aquí, el malagueño y los suyos han sido fieles al espíritu, siendo frescos respecto a la letra.
Laia Prats, en un momento de ‘Gypsy’ / Álex Zea
Dice el director y productor que han querido «abrir las puertas y las ventanas para que entrara aire», y qué bien que lo haya hecho. Lo cual no significa que todo lo que se aporte sea brillante. Destaca, y mucho, el diseño de escena, intensamente abstracto y evocador, sugerente, que redimensiona lo que sucede sobre las tablas (que en la obra original está íntimamente ligado a un momento y un lugar muy concretos). Patina, en mi opinión, al ofrecer el contraste entre el mundo del burlesque, sexual, poco sutil, y el vodevil del que provienen Rose y su familia: se le echa demasiado picante y, al final, se cae en cierta procacidad algo fácil. Pero será cosa mía: las intervenciones (carismáticas) de Marta Valverde, Carmen Conesa y Lorena Calero fueron de lo más aplaudido de la función.
Marta RiberaPero, no podía ser de otra manera, la estrella es Rose, o sea, Marta Ribera, la gran apuesta de Antonio Banderas para esta aventura. Es el papel soñado por las intérpretes de musicales llegadas a la edad madura, por variedad de registros, exigencia vocal e intensidad interpretativa. La actriz catalana lo borda, con su dominio del fraseo en las canciones, el magnetismo de su mirada y una entrega absoluta, casi devota a su rol. La arropa un elenco de primera, excelente, con un Carlos Seguí especialmente emotivo como Herbie, una Laia Prats que cuaja una June de energía contagiosa y esa Lydia Fairén que realiza desde la sutileza el más complejo viaje de todos, el de encarnar a Louise para terminar siendo Gypsy Rose Lee, el ejemplo de que el verdadero éxito siempre viene del camino elegido por uno mismo, te lleve adonde te lleve.