La mayoría de los supervivientes de Hiroshima atestiguaron que lo más relevante tras la deflagración de la bomba atómica fue el silencio. Un silencio tenebroso, hermético, seco. Como si se hubiese detenido el giro de la tierra y el aire yaciera desplomado bajo las cenizas. No había tráfico, ni ladridos de perros, ningún gemido, ni siquiera el zumbido interno tras un disparo: nada.
Silencio absolutoEl silencio absoluto es la línea fronteriza que separa la vida de la muerte. Un sonido que apaga cualquier otro, que se desliza por nuestro interior atravesando la voluntad, el júbilo, el aplauso, las canciones. Acecha la oportunidad para aniquilar cualquier iniciativa vital. El silencio es el espía que señala al sonido en su escondite, es un policía político olfateando cualquier amago de ruido, es un chivato que delata el susurro, es la ejecución sumaria de la voz.
Para rematar su gran muralla de silencio, China construyó una ciudad en el corazón del desierto de Gobi. No pusieron nombre a sus calles, ni al jardín de infancia, ni a sus edificios de apartamentos, ni a la estación de trenes. Ni siquiera pusieron nombre a la ciudad. ¿Para qué nombrar lo que no se ha de mencionar? Los mapas amordazaron su localización y los carteros evitaron preguntar adónde llevar la correspondencia. La ciudad nació para decorar de vida una fábrica de muerte, una factoría nuclear sin nombre clasificada con un código de tres cifras, cuya única misión era fabricar la bomba atómica. Los habitantes la llamaron: Ciudad 404.
En 1958, Mao Zedong decidió dar un gran salto adelante demasiado ambicioso para tan corta zancada. La ventaja de algunos líderes, al no mirar donde pisan, es que son otros los que se ahogan en la ciénaga de las malas decisiones. Había nacido sesenta y cinco años antes en una población de campesinos. Luchó toda su vida contra la opresión de los débiles y cuando llegó al poder, se hizo fuerte oprimiendo a esos mismos.
A finales de los cincuenta el presidente Mao decretó, entre otras medidas, plantar sobre su territorio el mismo árbol que había brotado en Hiroshima y Nagasaki trece años antes. Para ello se requería disponer de la semilla del fuego nuclear.
Artefacto mortíferoMientras los campesinos chinos eran organizados en comunas para producir alimentos para el estado y obligados a fabricar acero en sus casas, descuidando con ello su propia supervivencia, Mao Zedong se entregaba a la tarea de engendrar un artefacto mortífero en un desierto. La ciudad 404 fue construida en silencio de brújula, cegada de voces y muda de oídos. No hay mejor refugio para guardar un secreto que el miedo y, en la China de Mao, el miedo crecía en abundancia.
Al igual que Los Alamos en los Estados Unidos o Kremliov en la Unión Soviética, China levantó una ciudad donde sus ingenieros amasaran la amenaza de una guerra nuclear. Para que la dedicación fuera exclusiva en un entorno de normalidad profesional y familiar, se dispusieron todas las comodidades necesarias: viviendas, supermercados, restaurantes, colegios, baños públicos, un centro cultural y hasta un zoológico. La ciudad llegó a albergar alrededor de veinte mil habitantes. Nadie supo situarla en el mapa hasta que el 16 de octubre de 1964, sobre el sitio de pruebas de Lop Nor, el demonio la señaló con su enorme dedo de humo y destrucción.
Cuando estalló la primera bomba atómica china de 22 kilotones de potencia, Mao Zedong supo que había logrado su propósito sin saber que, de otra forma, ya lo había conseguido sin necesidad de ingenieros. Sus políticas habían provocado similares efectos catastróficos sobre su pueblo. La reforma agraria supuso la mayor hambruna de la historia; la fabricación casera del acero constituyó un despropósito cuántico; la represión de las protestas acabó con la vida de los que aún tenían fuerzas para resistir y la purga de las disidencias en su revolución cultural remató a los que lograron esconderse. Al detonar sus políticas, el gobierno de Mao alcanzó la cifra atómica de 23 millones de muertos.
Sin comunicación no hay protestaSin voz no hay eco. Sin comunicación no hay protesta. Sin la palabra, desaparece la libertad. No hay arma más efectiva que el silencio amordazado del pueblo, el silencio de la memoria, el silencio sepulcral de las fosas comunes.
Cuando se realiza una búsqueda en la red, el error 404 lanzado por un navegador indica que un enlace no existe o ha desaparecido. Igual ocurre con la reivindicación en el gran país asiático, con su disidencia. Igual que ocurrió con la historia de su ciudad 404: el secreto chino que no tiene nombre.