Una imagen de la película «Deadpool y Lobezno». / L. O.
Siempre diré que mi primer acercamiento al cine de superhéroes vino con los X-Men. Apenas tenía 6 años cuando mi señor padre resguardaba en una bolsa de plástico (a mis ojos, de adamantium) la compra de unos DVDs que se volvería segundos después al desvelar su contenido en mi primer amor a primera vista. Siendo justos, Bea, mi compi de guardería, no me atraía tanto como las garras de Hugh Jackman o el propio Hugh Jackman. Escribiendo estas líneas tengo a mi derecha mi repisa donde permanece inerte la carátula de X-Men: La Decisión Final, unos rostros que desafían mi mirada y juzgan mi abandono por el coleccionismo. En el presente continuo de esta escritura me percato de que las otras entregas también las he perdido.
No hace mucho que otro superhéroe encapuchado hasta los ojos acompañaba en la soledad del olvido y el polvo a estos mutantes custodiando mi zona friki. Un poco cegato, y encima de Hell’s Kitchen, nombre que traducido no resulta demasiado hogareño, el Daredevil de Ben Affleck coreografiaba mis luchas imaginarias contra la pared al ritmo de Bring Me Back to Life en la certeza tan absoluta como la que tiene cualquier niño de que no existía película más molona que esta. Mi yo del pasado siempre tenía la razón y no pretendo quitársela, por lo que lo haré disimuladamente: creo que hay pocas cosas en el mundo, como Micky Rourke, que hayan envejecido así de mal. Es más, en mi memoria la secuencia de Elektra bailando al ritmo rockero de sus cuchillas y el posterior enfrentamiento en la iglesia con Bullseye (Colin Farrell, con alopecia, bordando la sobreactuación) duraba toda una película. Es increíble, de nuevo, la capacidad de reconstruirnos películas en nuestra cabeza como si hubiéramos dirigido una versión extendida del mismo.
Tan perdidos en el supino laberinto de mi casa, y tan responsables de momentos igual de fantásticos, se hallan los propietarios del Edificio Baxter peleando por su supervivencia, pero yo no estoy siendo testigo de esa lucha. El ostracismo es comparable al poder de Galactus, y Reed, Sue y demás miembros de la familia marvelita lo saben: en el diálogo popular, esta versión de 2005 de Los 4 fantásticos ha envejecido al punto de bordear la parodia, o como una excusa de exhibir a Jessica Alba en tetas. Con la primera mi innata inocencia infantil me obliga a ver el vaso medio lleno, con la química entre los 4, un Ben Grimm calcado del cómic y la música de John Ottman. Porque siendo sinceros, no es ni medio vacío.
Y vuelvo a Lobezno y su pandilla. Los protagonistas de carrilear una saga con tantas subidas y bajadas como una montaña rusa. Ahora que he tenido la oportunidad (impuesta) de reverme cada una de ellas vengo a confirmar otras varias cosas, y soy un periodista contracorriente que lo enumera:
– X-Men, la primera, no ha envejecido mal, es un tablero introductorio donde Bryan Singer ya medula las piezas que más le interesan y otras ningunea (Cíclope). Mística, auténtica MVP. Un disfrute, muy imperfecto (cortes de montaje, conveniencias tontas, efectos rarunos) pero total
– X-Men 2 es una obra maestra. El Imperio Contraataca de los mutantes, que trata cosas tan actualmente fascinantes como el dilema moral del poder y la forma de usarlo, de la dicotomía biológica que lleva a normalizarnos como iguales o aceptar nuestra superioridad. De los que ven en su mutación un potencial dominante o una maldición remediable desde la inacción, de la pasividad del silencio
– X-Men 3 es espectacular como directamente proporcional a su inherente desastre. Un cóctel indigestivo pero con secuencias míticas. Mírate la secuencia de Magneto levantando el puente de San Francisco y vuelves al texto
– Con X-Men Orígenes Lobezno habría que plantearse incluirla entre lo peor del género. Su secuela mejora, pero no para salir a Cibeles.
– X-Men Primera Generación es todo lo buena que dicen.
– X-Men Días del Futuro Pasado depende del espectador para que funcione. Si evadimos sus inconsistencias y lo justificamos a tener que hilvanar lo imposible, el destrozo previo, es un pepino, una bomba del género.
– No entiendo el odio general con X-Men Apocalipsis. Por fin Singer se quita la venda prejuiciosa del comic y adapta sin vergüenza, con orgullo y un gran sentido del colectivo. Todos brillan y no unos pocos.
– No creo que Fenix Oscura sea la peor, aunque está en el límite de merecer recibir tomatazos. La esplendorosa música de Hans Zimmer y los actores, capaces de cerrar por si mismos el arco de sus personajes a espaldas de un guión mediocre, dignifican la conclusión a tantos años de historias, espectaculares como irregulares
– Si te encuentras perdido en la vida, ni se te ocurra devolverle su sentido desgranando una explicación a la línea temporal de Fox.
Hay una parte extraña en la ilusión de reencontrarme con Lobezno, el mismo que que tuve que cavar su tumba en Logan desde la distancia de mi butaca. Pero Deadpool no es una invitación a reflexionar, sino una desconexión del cerebro en un espectáculo enemigo de lo políticamente correcto. Rimando con Garcia Márquez, de ponerse triste porque acabó pero celebrar que sucedió. Encabezando mi grupo de amigos al grito homenaje de «a mí, mis Xmen», concluyendo una parte cinematográfica de mi que ya supo decir adiós, el próximo jueves será la excusa para seguir brindando por las cosas que no importan un carajo, pero significan todo lo demás.